El gran
truco de Aimee es hacer desaparecer a 26 monos en el escenario.
Empuja una
bañera con patas de garra y pide a los miembros del público que suban a
inspeccionarla. Las personas se meten dentro, miran por debajo, tocan el
esmalte blanco, recorren con las manos las pequeñas patas de león. Cuando
terminan, desde el espacio aéreo del escenario descienden cuatro cadenas. Aimee
las asegura en unos agujeros perforados a lo largo del borde de la bañera, da
una señal y la bañera es izada a tres metros de altura.
Coloca una escalera junto a ella. Da una palmada y los 26 monos que están en el
escenario corren hacia la escalera, uno tras otro, y saltan dentro de la
bañera. La bañera se sacude con cada mono que cae pesadamente entre los demás.
El público puede ver cabezas, patas, colas; pero finalmente cada mono encuentra
su lugar y la bañera vuelve a quedar inmóvil. Zeb siempre es el último mono en
subir la escalera. Cuando se mete en la bañera, emite un sonido grave y
vibrante desde lo profundo de su pecho. Llena el escenario.
Entonces, hay un destello de luz, dos de las cadenas se sueltan y la bañera
desciende balanceándose para exponer su interior.
Vacío.
3.
Aparecen más
tarde, de regreso en el autobús de la gira. Hay una pequeña puerta para perros,
y en las horas previas al amanecer, los monos entran solos o en pequeños grupos
y se sirven vasos de agua del grifo. Si más de uno regresa al mismo tiempo,
murmuran un poco entre ellos, como estudiantes universitarios que se encuentran
en los pasillos de los dormitorios después de una noche en el bar. Algunos
duermen en el sofá y al menos uno prefiere estar en la cama, pero la mayoría
vuelve a sus jaulas. Se escuchan gruñidos mientras arreglan sus mantas y
juguetes suaves, seguidos de suspiros y ronquidos. Aimee no duerme realmente
hasta que los oye entrar a todos.
Aimee no
tiene ni idea de qué les sucede en la bañera, ni a dónde van, ni qué hacen
antes del suave clic que hace la puerta para perros al abrirse. Esto la inquieta profundamente.
4.
Aimee lleva
tres años con el acto. Vivía en un apartamento amueblado de alquiler mensual
bajo la ruta de vuelo del aeropuerto de Salt Lake City. Estaba hueca, como si
algo hubiera masticado un agujero en su cuerpo y el agujero se hubiera
infectado.
Había un espectáculo de monos
en la Feria Estatal de Utah. De repente, sintió una necesidad irrefrenable de
verlo. Después, sin saber exactamente por qué, se acercó al dueño y le dijo:
—Tengo que
comprarlo.
Él asintió.
Se lo vendió por un dólar, que, según le explicó, era el precio que él había
pagado cuatro años antes.
Más tarde, al rellenar los papeles, le preguntó:
—¿Cómo puedes dejarlos? ¿No te extrañarán?
—Ya verás,
son bastante independientes —respondió él—. Sí, me extrañarán, y yo a ellos.
Pero ya es hora, ellos lo saben.
Sonrió a su
nueva esposa, una mujer pequeña con líneas de risa en el rostro y un mono vervet colgando
de una de sus manos.
—Estamos
listos para tener un jardín —dijo ella.
Tenía razón. Los monos lo
extrañaron. Pero también le dieron la bienvenida a ella. Cada uno le dio la
mano educadamente mientras entraba en lo que ahora era su autobús.
5.
Aimee tiene:
un autobús de gira de 19 años de antigüedad, lleno de jaulas que van desde el
tamaño de una para loros (para los vervets)
hasta algo del tamaño de la caja de una camioneta (para todos los macacos); una
pila de libros sobre monos que van desde ¡Todo sobre los monos! hasta Evolución
y ecología de las sociedades de babuinos; algunos trajes de espectáculo con
lentejuelas, una máquina de coser y un montón de overoles Carhartt y camisetas; una pila de carteles de
espectáculos de hace algunos años que dicen ¡24 monos! enfrentan al abismo; un sofá desgastado con un
diseño a cuadros verdes de lo más llamativo; y un novio que ayuda con los
monos.
No puede
decirte por qué tiene alguna de estas cosas, ni siquiera al novio, que se llama
Geof, a quien conoció en Billings hace siete meses. Aimee ya no tiene idea de
dónde viene nada. Ya no cree que las cosas tengan sentido, aunque no puede
dejar de tener esperanzas.
El autobús
huele exactamente como imaginarías que huele un autobús lleno de monos, aunque
después de un espectáculo, después del truco de la bañera pero antes de que
todos los monos regresen, también huele a canela, del té que Aimee a veces
toma.
6.
En el acto,
los monos hacen trucos, se disfrazan con trajes y representan películas
exitosas. The Matrix es muy popular, al igual que cualquier espectáculo
donde los monos se vistan como pequeños orcos. Los monos con melena, los cola
de león y los colobos, tienen un número de domador de leones con la vieja
capuchina, Pango, vestida con una chaqueta roja, un látigo y una pequeña silla.
La chimpancé (que se llama Mimi, y no, no es un mono) puede hacer trucos de
prestidigitación; no es muy buena, pero es la mejor chimpancé del mundo sacando
una moneda de la oreja de alguien.
Los monos
también pueden construir un puente colgante con sillas de madera y cuerda,
hacer una fuente de champaña de cuatro niveles y escribir sus nombres en una
pizarra.
El
espectáculo de los monos es muy popular, con un calendario de 127 funciones
este año en ferias y festivales por todo el Medio Oeste y las Grandes Llanuras.
Aimee podría hacer más, pero prefiere que todos tengan un par de meses libres
en Navidad.
7.
Este es el acto de la bañera:
Aimee viste
un deslumbrante vestido negro con destellos púrpura, diseñado para parecer una bata de mago que apenas la cubre. Se coloca frente a un telón iluminado de azul oscuro,
salpicado de estrellas. Los monos están alineados frente a ella. Mientras
habla, ellos se desnudan y doblan su ropa en pilas ordenadas. Zeb se sienta en
su taburete a un lado; un foco blanco que lo ilumina directamente desde arriba le
da un aspecto sombrío.
Ella levanta
las manos.
—Estos monos
los han hecho reír y los han dejado sin aliento. Han creado maravillas para
ustedes y realizado misterios. Pero ahora les ofrecen un misterio final: el más
extraño, el más grande de todos.
De repente,
separa las manos, el telón se vuelve transparente y se levanta, revelando la
bañera sobre un podio elevado. Aimee camina a su alrededor, deslizando su mano
por las curvas de la bañera.
8.
—Es algo
sencillo, esta bañera. Ordinaria en todos los sentidos, tan mundana como el
desayuno. En un momento, invitaré a algunos miembros del público a subir y
comprobarlo por sí mismos.
»Pero para
los monos, también es un objeto mágico. Les permite viajar... nadie puede decir
a dónde. Ni siquiera yo —hace una pausa— puedo decírselo. Solo los monos lo
saben, y ellos no comparten secretos.
»¿A dónde
van? ¿Al cielo, a tierras extranjeras, a otros mundos... o a algún abismo
oscuro? No podemos seguirlos. Desaparecerán ante nuestros ojos, se desvanecerán
desde este objeto tan ordinario.
Y después de
que la bañera es inspeccionada y Aimee ha explicado al público que no habrá un
espectáculo final —«Pasarán horas antes de que regresen de sus viajes
secretos»— y pedido un aplauso para los monos, da la señal.
8.
Los monos de
Aimee:
- 2 siamangs, una pareja.
- 2 monos ardilla, aunque son tan
activos que podrían contarse como el doble.
- 2 vervets.
- Un mono guenon, que probablemente está
embarazada, aunque aún es demasiado pronto para saberlo con certeza. Aimee
no tiene idea de cómo sucedió.
- 3 monos rhesus. Saben hacer un poco de
malabares.
- Una capuchina mayor llamada Pango.
- Un macaco crestado, 3 macacos de nieve
japoneses (uno bastante joven) y un macaco de Java. A pesar de las
diferencias, han formado una pequeña tropa y les gusta dormir juntos.
- Una chimpancé, que en realidad no es
un mono.
- Un gibón malhumorado.
- 2 titíes.
- Un tití león dorado; un tamarino de
algodón.
- Un mono narigudo.
- Colobos rojos y negros.
- Zeb.
9.
Aimee cree
que Zeb podría ser un guenon de Brazza, aunque es tan viejo que ha perdido casi
todo el pelo. A ella le preocupa su salud, pero él insiste en seguir siendo
parte del acto. A estas alturas, lo único que
realmente puede hacer es su última carrera hacia la bañera, aunque
en su caso es más bien un paseo tranquilo. El resto del tiempo, se sienta en un
taburete pintado de naranja y plateado, y observa a los otros monos, como un
viejo empresario contemplando su Lago de los Cisnes desde las bambalinas. A
veces, Aimee le da cosas para sostener, como un aro plateado a través del cual
saltan los monos ardilla.
10.
Nadie parece
saber cómo desaparecen los monos o a dónde van. A veces regresan con monedas
extranjeras o frutos de durián, o usando babuchas marroquíes con puntas
afiladas. De vez en cuando, uno vuelve embarazado o llevando de la mano a un
mono desconocido. El número de monos no es constante.
—Simplemente
no lo entiendo —le dice Aimee una y otra vez a Geof, como si él tuviera alguna
respuesta. Aimee ya no sabe nada de nada. Ha estado viviendo sin certezas, y
esta única cosa—bueno, todo el asunto, el hecho de que los monos se lleven tan
bien, sepan hacer trucos de cartas, hayan aparecido en su vida de repente y
desaparezcan de la bañera; todo—es algo con lo que lidia la mayor parte del
tiempo. Pero de vez en cuando, cuando siente que su vida rueda cuesta abajo sin
frenos, empieza a darle vueltas a esto otra vez.
Geof confía
mucho más en el universo de lo que Aimee lo hace.
—Podrías preguntarles —dice él.
11.
El novio de
Aimee:
Geof no es
en absoluto lo que Aimee esperaba de un novio. Para empezar, es quince años más
joven que ella, 28 contra sus 43. Además, es bastante callado. Y, por último,
es increíblemente atractivo: cabello sedoso y grueso recogido en una coleta que
le llega a los hombros, los costados afeitados resaltando su mandíbula fuerte.
Sonríe mucho, pero no ríe muy a menudo.
Geof tiene
un título en escritura creativa, lo que significa que cuando lo conoció en la
Feria de Montana, trabajaba en un taller de reparación de bicicletas. Aimee
nunca tiene mucho que hacer justo después del espectáculo, así que cuando él se
ofreció a invitarle una cerveza, ella aceptó. Y luego eran las cuatro de la
madrugada y estaban besándose en el autobús, con los monos entrando y
preparándose para dormir; y Aimee y Geof hicieron el amor.
Por la
mañana, durante el desayuno, los monos se acercaron uno a uno y le estrecharon
la mano solemnemente, y desde entonces él formaba parte del grupo, por así
decirlo. Ella lo ayudó a recoger sus cámaras, su ropa y la tabla de surf que su
hermana le había pintado un año como regalo de Navidad. No hay espacio para la
tabla de surf, así que está suspendida del techo. A veces, los monos ardilla se
suben allí y se asoman por los bordes.
Aimee y Geof
nunca hablan de amor.
Geof tiene
una licencia de conducir Clase C, pero esto es solo un pequeño extra.
12.
Zeb se está
muriendo.
En términos
generales, los monos tienen una salud sorprendentemente buena, y Aimee puede
manejar sus ocasionales infecciones nasales
o problemas gastrointestinales. Para algo más complicado, ha encontrado un par
de comunidades en línea y algunos especialistas dispuestos a ayudar.
Pero Zeb
está tosiendo un poco, y se está cayendo lo último de su pelaje. Se mueve muy
despacio y a veces le cuesta recordar tareas sencillas. Cuando el espectáculo
estuvo en St. Paul hace seis meses, un zoólogo del zoológico de Como fue a
visitar a los monos, la felicitó por su salud y bienestar en general, y, a
petición de ella, examinó a Zeb.
—¿Cuántos
años tiene? —preguntó la zoóloga, Gina.
—No lo sé
—respondió Aimee. El hombre al que le compró el espectáculo tampoco lo sabía.
—Entonces te
lo diré —dijo Gina—. Es viejo. Quiero decir, realmente viejo.
Demencia
senil, artritis, un soplo en el corazón. No se puede saber cuándo, dijo Gina.
—Es un mono
feliz —dijo—. Se irá cuando se tenga que ir.
13.
Aimee piensa
mucho en esto. ¿Qué pasará con el acto cuando Zeb muera? En cada espectáculo,
él se sienta listo y tranquilo en su taburete brillante. Siente que, de alguna
manera, él es el núcleo de la amabilidad y astucia de los monos. No deja de
pensar en que él es la razón por la cual todos los monos desaparecen y
regresan.
Porque
siempre hay una razón para todo, ¿verdad? Porque si no hay una razón siquiera
para una sola cosa, como que te enfermes, o que tu esposo deje de amarte, o que
las personas que amas mueran, entonces no hay razón para nada. Así que debe
haber razones. Zeb es tan bueno como cualquiera.
14.
Lo que Aimee
aprecia de esta vida:
No significa
nada. No vive en ningún lugar. Su mundo mide 38 pies de largo, 127 espectáculos
al año y, en este momento, 26 monos de profundidad. Es algo manejable.
Las ferias
tampoco significan nada. Su diminuto mundo viaja dentro de un mundo un poco más
grande: las ferias, idénticas e intercambiables. A veces, lo único que le
indica a Aimee en qué pueblo está son las temperaturas nocturnas y la forma del
horizonte: tierras baldías, montañas, llanuras o un la línea del horizonte.
Las ferias
son tan artificiales como las rodillas de titanio: los carnavales, los establos
de animales, las carreras de autos modificados, los conciertos, el olor a azúcar quemada, a pasteles de embudo y a camas de
animales. Todo es un símbolo
excesivamente brillante de algo real: comida o mascotas o pasar el rato con
amigos. Nada de esto tiene que ver con el mundo en el que Aimee solía vivir, el
mundo desde el que estas personas nos visitan.
Ha decidido
que Geof es como todo lo demás: temporal, sin significado. No es alguien para
amar.
15.
Estas son
algunas formas en las que la vida de Aimee podría haberse desmoronado:
- Podría haberse fracturado el tobillo
hace algunos años y haber desarrollado una infección ósea que la dejara
con muletas durante diez meses y con dolor por mucho más tiempo.
- Su esposo podría haberse enamorado de
su asistente y haberla dejado.
- Podrían haberla despedido de su
trabajo la misma semana en que descubrió que su hermana tenía cáncer de
colon.
- Podría haberse vuelto loca por un
tiempo y haber tomado una serie de decisiones cuestionables que la dejaran
sola en un apartamento amueblado en una ciudad elegida al azar en un
atlas.
Nada es
seguro. Puedes perderlo todo. Eventualmente, incluso en el mejor de los casos,
morirás y lo perderás todo. Cuando tengas cierta edad o cuando hayas perdido
ciertas cosas y personas, el dolor paralizante de Aimee adquiere un terrible,
envenenado y oscuro sentido.
16.
Aimee ha
leído mucho sobre el tema, así que sabe lo extraño que es todo esto.
No hay
candados en las jaulas. Los monos las usan como dormitorios, lugares para
guardar sus posesiones especiales o para alejarse de los demás cuando quieren
un poco de privacidad. Sin embargo, gran parte del tiempo están sueltos en el
autobús o hurgando en la hierba desgastada que lo rodea.
En este
momento, tres monos están sentados en la cama jugando a emparejar bolas de
colores. Otros están tirando de madejas de lana, o rodando por el suelo, o
pinchando un pedazo de madera con un destornillador o trepando sobre Aimee,
Geof y el sofá. Algunos están reunidos alrededor de la computadora viendo
videos de gatitos en YouTube.
El colobo
negro está apilando bloques de madera para niños en la mesa de la pequeña
cocina. Los trajo una noche hace un par de semanas, y desde entonces ha estado
intentando construir un arco. Después de dos semanas y de que Aimee le ha
mostrado repetidamente cómo funciona una clave de
bóveda, aún no lo ha comprendido, pero sigue intentándolo.
Geof está
leyendo una novela en voz alta para la capuchina Pango, quien observa las
páginas como si estuviera leyendo con él. A veces señala una palabra y lo mira
con sus ojos brillantes, y él la repite, sonriendo, y luego la deletrea.
Zeb está
durmiendo en su jaula. Se metió allí al anochecer, esponjó sus juguetes y su
manta, y cerró la puerta detrás de él. Últimamente hace esto muy a menudo.
17.
Aimee va a
perder a Zeb, ¿y luego qué? ¿Qué pasará con los otros monos? 26 monos son
muchos monos, pero todos se llevan bien. Nadie, excepto quizá un zoológico o un
circo, puede mantener a tantos, y no cree que nadie más les permita dormir
donde quieran o ver videos de gatitos. Y si Zeb ya no está, ¿a dónde irán por
las noches, cuando ya no puedan atravesar la bañera
y adentrarse en su misterio? Ni siquiera sabe si realmente es Zeb, si él es la
causa de todo esto o si simplemente ella está buscando razones desesperadamente
otra vez.
¿Y Aimee?
Perderá su mundo artificial y seguro: el autobús, las ferias idénticas, el
novio sin significado. Los monos. ¿Y entonces qué?
18.
Unos meses
después de haber comprado el espectáculo, siguió a los monos por la escalera
durante el acto final. Zeb subió corriendo la escalera, se metió en la bañera y
se quedó de pie, llenando los pulmones para su gran llamado. Y ella corrió tras
él. Alcanzó a ver el interior de la bañera, los monos apretados como sardinas,
tratando de apartarse de su camino al darse cuenta de lo que estaba haciendo.
Se metió en el hueco que ellos le abrieron, encogiéndose todo lo que pudo.
Todo esto
ocurrió en un instante. Zeb terminó de tomar aire y lanzó un sonido
estruendoso. Hubo un destello de luz, escuchó las cadenas soltarse y sintió que
la bañera descendía balanceándose, mientras los monos se movían a su alrededor.
Cayó los
tres metros sola. Su tobillo se torció al impactar contra el escenario, pero
logró mantenerse de pie. Los monos ya no estaban.
Hubo un
silencio incómodo. No fue una de sus más exitosas actuaciones.
19.
Aimee y Geof
caminan por la feria de Salina. Ella tiene hambre y no quieren cocinar, así que
buscan un lugar que venda hot dogs de $4.50 y refrescos de $3.25. Entonces Geof
se vuelve hacia Aimee y dice:
—Esto es una tontería. ¿Por qué no vamos al pueblo? Comamos algo de verdad.
Actuemos como personas normales.
Y lo hacen:
pasta y vino en un lugar llamado Irina’s Villa.
—Siempre preguntas por qué se van —dice Geof, después de una botella y media.
Sus ojos son de un azul grisáceo opaco, pero con esa luz parecen negros y muy
cálidos—. Mira, no creo que vayamos a descubrir nunca lo que pasa. Pero no creo
que esa sea la verdadera pregunta, de todos modos. Quizá la pregunta sea: ¿por
qué regresan?
Aimee piensa
en las monedas extranjeras, los bloques de madera, las cosas maravillosas con
las que regresan.
—No lo sé
—dice—. ¿Por qué regresan?
Más tarde
esa noche, de vuelta en el autobús, Geof dice:
—A donde sea que vayan, sí, está genial. Pero mira, esta es mi teoría.
Hace un
gesto hacia el autobús abarrotado, con su desorden de juguetes y herramientas.
Los dos tamarinos acaban de entrar y están sentados en la mesa de la pequeña
cocina, con las cabezas juntas mientras examinan algo nuevo y pequeño.
—Les gusta
visitar ese lugar, claro. Pero este es su hogar. A todos les gusta volver a
casa, tarde o temprano.
—Si tienen
un hogar —dice Aimee.
—Todos
tienen un hogar, aunque no lo crean —responde Geof.
20.
Esa noche, cuando
Geof está dormido, acurrucado junto a uno de los macacos, Aimee se arrodilla
junto a la jaula de Zeb.
—¿Puedes al menos mostrármelo? —pregunta—. Por favor. Antes de que te vayas.
Zeb es un
bulto indeterminado bajo su manta azul celeste, pero da un pequeño suspiro y
sale lentamente de su jaula. Toma su mano con su pata caliente y áspera, y
juntos salen por la puerta hacia la noche.
El lote
trasero, donde están estacionados todos los remolques y autobuses, está
tranquilo; solo se escucha el zumbido de los generadores y unas cuantas voces
apagadas que llegan desde detrás de las ventanas con cortinas. El cielo es de
un azul oscuro salpicado de estrellas. La luna brilla directamente sobre ellos,
ensombreciendo el rostro de Zeb. Sus ojos, cuando levanta la vista, parecen no
tener fondo.
La bañera
está entre bastidores, ya colocada sobre su podio con ruedas, esperando el
siguiente espectáculo. El lugar está casi a oscuras, iluminado apenas por
algunas señales rojas de salida y una sola lámpara de vapor de sodio a un lado.
Zeb la guía hasta la bañera, deja que pase sus manos por las frías curvas y las
patas de león, y le muestra el interior tenuemente iluminado.
Entonces,
Zeb se sube al podio y trepa por el borde de la bañera. Aimee permanece de pie
a su lado, mirando hacia abajo. Zeb se endereza y lanza su gran estruendo. Y
luego se deja caer, y la bañera queda vacía.
Lo vio, vio
cómo desapareció. Estaba allí, y de repente ya no estaba. Pero no había nada
que ver: ningún portal, ninguna realidad titilante ni un suave estallido del
aire llenando el espacio vacío. Aún no tiene sentido, pero esa es la respuesta
que Zeb tiene para ella.
Cuando Aimee
regresa al autobús, Zeb ya está allí. Ya está enterrado bajo su manta,
respirando con dificultad mientras duerme.
21.
Y entonces,
un día:
Todos están
entre bastidores. Aimee está terminando su maquillaje y Geof está revisando
todo por segunda vez. Los monos están sentados ordenadamente en círculo en el
camerino, como si intentaran evitar que sus chalecos y faldas brillantes se
arruguen. Zeb está en el centro, junto a Pango, que lleva su pequeño atuendo
verde con lentejuelas. Emiten algunos gruñidos, luego se reclinan. Uno tras
otro, los demás monos avanzan, le estrechan la mano a Zeb y luego a Aimee. Ella
asiente, como una pequeña reina en una exposición de flores.
Esa noche,
Zeb no corre hacia la escalera. Se queda en su taburete, y es Pango quien sube
última, quien se mete en la bañera y lanza un chillido. Aimee se había
equivocado al pensar que Zeb era el corazón de lo que sucede con los monos,
pero estaba tan convencida de ello que pasó por alto todas las señales.
Pero Geof no
pasó por alto nada, así que cuando Pango chilla, él acciona la pólvora de
destello. El destello, la bañera vacía.
Después, Zeb
se queda de pie en su taburete, haciendo una reverencia como un empresario
llamado al escenario para la última ovación. Cuando el telón cae por última
vez, extiende sus brazos para que lo levanten. Aimee lo abraza mientras caminan
de regreso al autobús. Geof rodea a ambos con su brazo.
Esa noche,
Zeb duerme con ellos, entre los dos en la cama. Cuando Aimee se levanta por la
mañana, Zeb está de vuelta en su jaula con sus juguetes favoritos. No
despierta. Los monos se agrupan alrededor de los barrotes, asomándose.
Aimee llora
todo el día.
—Está bien
—le dice Geof.
—No se trata de Zeb —solloza ella.
—Lo sé —responde él.
22.
Este es el
truco del acto de la bañera. No hay truco. Los monos cruzan el escenario, suben
la escalera y entran en la bañera, se acomodan y luego desaparecen. El mundo
está lleno de cosas extrañas, cosas que no tienen sentido, y tal vez esta sea
una de ellas. Tal vez los monos eligen no compartir su secreto, y está bien,
¿quién podría culparlos?
Quizá este
sea el misterio de los monos: cómo encontraron a otros monos que hacen
preguntas, que intentan cosas, y descubrieron una forma de estar juntos para
compartirlo. Quizá Aimee y Geof solo sean huéspedes en el mundo de los monos:
están ahí por un tiempo, y luego se van.
23.
Seis semanas
después, un hombre se acerca a Aimee mientras ella y Geof se besan después de
un espectáculo. Es bajo, pálido y calvo. Tiene el aspecto aturdido de un hombre al que algo le ha vaciado
por dentro.
—Necesito
comprar esto —dice.
Aimee asiente.
—Sé que lo necesitas.
Se lo vende por un dólar.
24.
Tres meses
después, Aimee y Geof reciben a su primer huésped en su nuevo apartamento en
Bellingham. Escuchan el refrigerador cerrarse y salen a la cocina para
encontrar a Pango sirviéndose jugo de naranja de un cartón. La despiden
enviándola de regreso a casa con una baraja de pinochle.
*Lo marcado en rojo son mis dudas en la traducción.
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